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Reportaje de Fischer
Published on 08/28/07 at 23:53:38 GMT-06:00 por Admin
Fischer en Islandia Fischer a los 14 Años
REPORTAJE Fischer se enroca en Islandia
Bobby Fischer e Islandia forman una pareja misteriosa y excepcionalmente atractiva. El ajedrecista más carismático de todos los tiempos, a caballo entre la genialidad y la paranoia, perseguido con saña por el Gobierno de EE UU por violar el embargo contra Yugoslavia en 1992, expulsado como cliente por un banco suizo, ha encontrado paz y asilo político en uno de los países más fascinantes y vanguardistas, donde el ajedrez es una pasión nacional. Fischer, oculto en Reikiavik, cumplió el 9 de marzo 64 años (uno por cada casilla del tablero) de una vida digna de un Oscar.
"Fischer puso a Islandia en el mapamundi en 1972". Lo dice el insigne jubilado Fridrik Olafsson en su elegante casa frente a la bahía, y se entiende mejor tras recorrer el paisaje lunar que separa el aeropuerto de Keflavik de Reikiavik: blanco, negro, llano y desierto, como un tablero de ajedrez sin piezas; nieve en invierno y lava, sin un solo árbol en casi 50 kilómetros. En 1972, el estadounidense destronó a Borís Spasski y acabó con el reinado absolutista de los ajedrecistas soviéticos tras el duelo más resonante de la historia. Se disputó en el Laugardalur, un complejo polideportivo y de exposiciones que aún existe, y también se conserva la mesa de juego, que si pudiera hablar recordaría la tensión extrema que sintió alrededor.
Olafsson, gran maestro de ajedrez y abogado, fue presidente de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) y del Parlamento de Islandia, el más antiguo del mundo (se creó en el siglo X). Y no exagera: la imagen de su país en el mundo era la de unos cuantos miles de pescadores que malvivían en una isla perdida en la inmensidad del Atlántico Norte. Pero aquel duelo salpimentó aún más la guerra fría: el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, intervino personalmente para convencer al díscolo Fischer de que viajase a Islandia aunque no se aceptasen todas sus condiciones, y a pesar de sus temores sobre la intervención del KGB; para estimularle, un millonario británico, James Slater, dobló la bolsa, con 125.000 dólares; la derrota de Spasski en el deporte que mostraba "el esplendor de la URSS" causó enorme rabia y disgusto en el Kremlin, mientras los libros y juegos de ajedrez se agotaban en casi todo el mundo. Islandia fue noticia cotidiana durante dos meses, gracias a Fischer.
De ahí que sea muy difícil encontrar hoy a un islandés a quien le parezca mal que su Gobierno concediese asilo político a Fischer en 2005, cuando estaba preso en una cárcel japonesa. Detenido por una orden internacional de busca y captura, Washington había pedido su extradición por haber disputado, a cambio de tres millones de dólares, un duelo de revancha con Spasski en Sveti Stefan (Montenegro) y Belgrado (Serbia) durante el embargo internacional contra la extinta Yugoslavia. "Lunático y genial", "genio enfermo y solitario" y "maravilloso ajedrecista y pobre hombre" son las definiciones que el autor de este reportaje escuchó por doquier, en la calle y en clubes de ajedrez, durante cinco días de los ciudadanos de toda edad y condición en un país rico, tan atractivo como caro, con turismo de alto nivel y servicios sociales buenísimos, que ya no necesita ninguna publicidad para prosperar.
Casi todos los islandeses juegan al ajedrez desde que, en el siglo XI, fue introducido en el país por súbditos ingleses de Canuto el Grande, rey de Dinamarca, Noruega e Inglaterra. Hoy, explicar a un islandés que la práctica del ajedrez desarrolla la inteligencia es tan innecesario como aleccionar a un jiennense sobre los beneficios del aceite de oliva: se practica masivamente en los colegios, y los grandes maestros (la categoría más alta) con dedicación exclusiva reciben un sueldo estatal de unos 3.000 euros mensuales. Además del citado Olafsson, otros ex jugadores profesionales son hoy ciudadanos eminentes. Por ejemplo, Margeir Petursson, presidente del banco que lleva su nombre, MP, que canaliza las cuantiosas inversiones islandesas en Ucrania, las repúblicas bálticas y otros países del este de Europa; o Johann Hjartarson, abogado de la prestigiosa empresa de biogenética Decode.
Ciertamente, este país tan avanzado, recóndito y tolerante -el matrimonio entre homosexuales se legalizó en 1996- es el idóneo para que "un genio lunático" disfrute de su vejez en paz, a pesar de las barbaridades que ha dicho en varias ocasiones y de su antijudaísmo patológico, que le ha llevado a negar el holocausto perpetrado por los nazis. El primer ministro islandés lo advirtió: "El señor Fischer gozará de todas las ventajas de ser un ciudadano islandés y un asilado político, pero debe asumir también sus responsabilidades". Olafsson, Petursson y Hjartarson, así como los poquísimos amigos islandeses de Fischer, le han prometido que no hablarán sobre él con una grabadora en marcha, pero todos coinciden: "Parece imposible que una persona tan inteligente pueda sostener ideas tan descabelladas. Hemos intentado convencerle de que se equivoca, sin éxito alguno. Y quizá sea demasiado tarde para que le vea un médico. Entre otras razones, por su manía persecutoria; teme que un psiquiatra le haga daño a propósito, o le envenene con píldoras". Esa obsesión ha provocado también que Fischer rompa su relación con una de las personas que más se han esforzado en ayudarle, Saemi Palsson, su guardaespaldas durante el Mundial de 1972, a quien ahora acusa de ser "agente de la CIA".
Como les ocurre a millones de aficionados al ajedrez en todo el mundo, para quienes Fischer sigue siendo su ídolo aunque ello les obligue a volverse sordos ante sus chirriantes exabruptos, los islandeses valoran más su lado bueno. Lo explica Gudmundur Thorarinsson, quien sufrió grandes pesadillas durante aquel histórico duelo contra Spasski de 1972, cuando él era presidente de la Federación Islandesa de Ajedrez, con la obligación de soportar las tremendas exigencias de Fischer; por ejemplo, que no hubiera cámaras de televisión, a pesar de las importantes pérdidas económicas que ello acarreaba; o jugar una de las partidas entre bastidores, sin público. Hoy, Thorarinsson es miembro del Comité de Ayuda a Fischer: "Aparte de que Islandia está en deuda con él, ayudarle es una cuestión de pura justicia. Que yo sepa, no hay nadie más que siga siendo perseguido, quince años después, por violar el embargo contra Yugoslavia. Para empezar, dudo de que jugar unas partidas de ajedrez suponga tal violación. Además, cualquiera que haya leído la autobiografía de Clinton recordará cómo se muestra condescendiente con las empresas estadounidenses que traficaron con armas durante la guerra civil de Yugoslavia", recuerda Thorarinsson en su amplio despacho de consultor de ingeniería. Tampoco olvida la fuerte impresión que le produjeron unas palabras que atribuye a la embajadora de EE UU en Islandia, Carol van Voorst: "Cuando le expresé mi asombro porque siguieran persiguiendo a Fischer quince años después, me contestó que su delito, con castigos que pueden llegar a los 250.000 dólares de multa y 10 años de cárcel, no prescribe nunca porque se considera una traición a EE UU". Sin embargo, un portavoz de la embajadora dijo a EL PAÍS que "no recuerda" haber dicho eso y que desconoce si la situación actual es igual ahora que en 2005.
La saña de Washington contra Fischer hace que algunos de sus amigos crean que el Gobierno de EE UU presionó al poderoso banco suizo UBS para que cancelase su cuenta y transfiriese los fondos a Islandia en contra de la voluntad de su cliente; otros atribuyen ese rarísimo comportamiento de un banco helvético a las manifestaciones antijudías de Fischer, conectándolas con el dinero de los nazis en bancos suizos. En todo caso, los 111 folios de documentación sobre el asunto que Fischer guarda escrupulosamente aclaran lo que ocurrió, pero no el porqué. El UBS transfirió el 5 de agosto de 2005, sin el permiso de Fischer, 3.058.731,66 francos suizos (1,9 millones de euros) a un banco islandés. La tercera parte de esa cantidad corresponde a depósitos en oro y plata que el banco liquidó en un momento de cotización muy desfavorable para Fischer, quien asegura que un directivo del banco le había confesado telefónicamente: "Estamos sufriendo una presión tremenda en este caso". Sin aclarar a qué se refería.
Además de la deuda moral de Islandia y de la justicia, Thorarinsson arguye un tercer motivo para apoyar a Fischer: "Es uno de los grandes héroes del deporte de todos los tiempos. El Mundial contra Spasski de 1972 en Reikiavik fue bautizado como el duelo del siglo, pero yo creo que sería más preciso el Duelo de la Historia, con mayúsculas. Estamos hablando de un hombre solo, de origen pobre, rebelde e independiente, contra todo el imperio soviético, que apoyaba el ajedrez con recursos gigantescos porque lo consideraba un escaparate de la grandeza comunista. Fischer, hombre de inteligencia excepcional, dedicó lo mejor de su vida a una sola cosa, olvidando su formación como ser humano. Ésa es la fuente de todos sus problemas". Y para reforzar lo de la inteligencia, recuerda una anécdota de 1972: "Fischer llamó a casa de Olafsson, y contestó la hija de éste, de 10 años, con unas frases en islandés que Bobby me repitió perfectamente al día siguiente, a pesar de que no conocía el idioma, para que yo le tradujera lo que había dicho la niña".
La nueva victoria sobre Spasski en el duelo de revancha de 1992 en la extinta Yugoslavia y el depósito de los tres millones de dólares del premio en el banco UBS marcaron una etapa de razonable felicidad. Fischer mantuvo un romance con la húngara Zita Rajcsanyi, tuvo después un hijo con una filipina y terminó asentándose en Tokio, donde conoció a su pareja actual, Miyoko Watai, quien pasa temporadas con él en Reikiavik. Pero sus allegados islandeses aseguran que un hecho acaecido a finales de 1998 le produjo una tremenda amargura, perceptible todavía hoy cuando habla de él: dada su condición de prófugo de la justicia estadounidense y presunto evasor de impuestos, todos sus bienes y recuerdos personales fueron subastados en Pasadena (California). Y aún peor fue su detención en el aeropuerto de Tokio, el 13 de julio de 2004, a punto de volar a Filipinas, cuando un policía comprobó que su pasaporte coincidía con el de un individuo en la lista de órdenes internacionales de busca y captura. El calvario duró hasta el 27 de abril de 2005, cuando el Gobierno islandés le extendió un pasaporte mientras el Comité de Ayuda convencía a las autoridades japonesas para que no concedieran la extradición solicitada por EE UU.
Su vida desde entonces en Reikiavik es casi monacal, en un apartamento cercano al paseo marítimo, siempre desordenado, con libros, revistas y papeles por doquier. Al principio iba asiduamente a las piscinas termales, pero ya no, porque teme que el cloro le estropee la piel; apenas pasea, como le recomiendan sus amigos, preocupados porque está engordando. Va a menudo a librerías de segunda mano y a la biblioteca pública, donde consulta muchos libros de temática variada, relacionados sobre todo con la política internacional; los libreros le describen como "una persona correcta, pero muy reservada". Sigue teniendo un gran apetito, está convencido de que el alcohol en pequeñas dosis cotidianas es beneficioso para la salud, frecuenta los restaurantes asiáticos (tomando antes muchas precauciones en cuanto a su seguridad), y también disfruta del pescado y el cordero en los de cocina islandesa; no va jamás a un club de ajedrez y casi no tiene vida social. Se muestra en contra de un proyecto hidroeléctrico que puede dañar los parajes naturales de Islandia, que son los más grandes de Europa. Y aboga por que su país de acogida rompa las relaciones diplomáticas con EE UU.
El 27 de mayo de 2005 le visitó Spasski, y los amigos de ambos organizaron una comida, pidiendo al dueño del restaurante que lo cerrase, para servirles sólo a ellos preservando su intimidad. Cuando llamaron a Fischer para decirle que ya podía ir, porque todas las medidas de seguridad requeridas habían sido tomadas, él se negó; Spasski fue a su casa para convencerle de que ningún periodista o fotógrafo estaba al corriente de la reunión; Fischer accedió entonces, pero nada más entrar en el restaurante escudriñó todos los rincones para asegurarse de que no había nadie escondido.
Fischer dice con frecuencia que el ajedrez clásico ya no le interesa, que está demasiado influido por las computadoras, e incluso que muchas partidas de la élite están amañadas, aunque no haya ninguna prueba ni indicio de ello. Pero sus propios actos le delatan: el 9 de diciembre, el canal de televisión Rikisútvarpio transmitió una partida rápida en directo entre dos islandeses de segunda fila. Poco después del fin de la partida, Fischer llamó al estudio y propuso un remate bellísimo, mejorando el que se había producido en directo. Ha hablado de la posibilidad de reaparecer en un duelo que se juegue con el sistema Fischer (sorteando la posición de las piezas antes de cada partida), siempre que los honorarios y premios le satisfagan. Sin embargo, sigue teniendo mucho miedo de ser "secuestrado" por el Gobierno de EE UU si el encuentro se disputa fuera de Islandia, como lo tuvo durante las escalas en Londres y Copenhague cuando voló desde Tokio a Reikiavik. Preguntado por la situación legal de Fischer en un tercer país, el portavoz de la Embajada norteamericana en Islandia dijo ignorar la respuesta.
Durante mi estancia en Reikiavik para elaborar este reportaje escribí tres cartas a Fischer, que él recibió a través de uno de sus pocos amigos, el gran maestro Helgi Olafsson. En ellas le recordé nuestros agradables encuentros de 1991 (Francfort y Los Ángeles) y 1992 (Sveti Stefan y Belgrado) y propuse que nos viéramos.
Le insistí en su simbólico 64º cumpleaños (uno por cada casilla del tablero) del 9 de marzo y en el gran interés público de una entrevista grabada en la que, entre otros temas, podríamos hablar de política internacional, que tanto le atrae. Y le garanticé que podría leer el texto antes de su publicación, como exigió siempre en las pocas entrevistas concedidas a lo largo de su vida. Tras la tercera misiva, Olafsson me contesta: "A pesar del odio de Bobby a los periodistas en general, su opinión sobre usted es muy positiva, y recuerda con agrado sus encuentros anteriores. Quizá le llame a su hotel, probablemente de noche. Como usted sabe, es un hombre de mucha vida nocturna".
En un hotel cercano a su casa, paso pegado al teléfono de mi habitación el 8 de febrero, último día de mi estancia, y duermo con el aparato muy cerca, pero no suena. De madrugada, en la carretera que atraviesa el paisaje lunar camino del aeropuerto, pienso en que quizá sea mejor así: cada vez que habla, Fischer es incapaz de sujetar a sus demonios, esos que han manchado y enturbiado una vida excepcional, y han dañado un cerebro muy poderoso, que podría haberse aprovechado mucho más, tanto en el ajedrez como en otros campos. Tal vez ésta sea su penúltima jugada genial: el enroque con Islandia.
Solo y superdotado CONOCER LA INFANCIA de Fischer es imprescindible para comprender su vida. Nació en Chicago en 1943, en plena II Guerra Mundial. La miseria y el hambre dominaron sus primeros cumpleaños. Bobby ya era un niño solitario, como reconoció años después, ya adulto: "Mi padre dejó a mi madre cuando yo tenía dos años. Nunca le he visto. Mi madre sólo me dijo que su nombre era Gerhardt y que era de origen alemán. Los niños que crecen sin un padre se vuelven lobos". Regina, judía, hiperactiva, culta, políglota (hablaba seis idiomas), simpatizante del comunismo, estudiante de medicina durante cinco años en Moscú, fue investigada por el FBI, que la consideraba paranoica y sospechosa de espiar para la Unión Soviética. Todo indica que, en realidad, el padre biológico de Fischer no fue el biofísico Gerhardt (supuesto espía de Alemania Oriental), sino el inmigrante húngaro Paul Nemenyi, genial científico de física atómica y colaborador en la construcción de la bomba nuclear, muerto el 1 de marzo de 1952. Tras las mudanzas a California, Arizona y Nueva York, el ajedrez le enganchó con tal fuerza, a los seis años, que su mente se convirtió en una llanura blanquinegra y desértica, como el paisaje desde Keflavik a Reikiavik. Su madre se preocupó mucho por esa obsesión, como les ocurrió más tarde a las de los soviéticos Anatoli Kárpov y Gari Kaspárov; pero, a diferencia de éstas, ni Regina ni su familia y allegados ni los profesores de Bobby lograron que el niño se desarrollase como persona, a pesar de que su cociente intelectual era de 180, altísimo incluso para un superdotado (a partir de 130), según certificó el colegio Erasmus Hall.
Harta de las constantes broncas con su hijo, Regina le dejó viviendo solo en Brooklyn y se fue al Bronx. Él tenía 16 años y ya había ganado dos veces el Campeonato Absoluto de EE UU; un día dejó los estudios: "Los maestros me parecen más estúpidos que los propios alumnos", y convirtió su vida en un caos; quienes le visitaron en su casa por aquella época aseguran que el desorden era terrible, al igual que las pocas personas que le han visitado en su actual domicilio de Reikiavik.
Desde ese momento se desarrollaron sus fobias contra comunistas y soviéticos, paralelamente a su enorme talento para el ajedrez. Muchos le consideran el mejor jugador de todos los tiempos, y ni siquiera Kaspárov lo niega.
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